24 August 2013

Impulso

Hay un momento en el medio de la jornada laboral en el que cualquier cosa que no sean tus tareas obligatorias parece ser entretenido. Todas las tardes es lo mismo: estoy parado detrás del mostrador con mi delantal bordó, listo para escuchar los pedidos de la gente que puede hacerse un tiempo para tomarse un café y quizás, hasta comerse alguna delicia dulce. Sin embargo, llega un momento de la tarde cuando, al parecer, nadie tiene tiempo para estos pequeños placeres que ofrece la vida a un precio no tan razonable.
Así que ahí estaba yo, en mi posición usual, implorando que algo, lo que sea, ocurra en ese lugar monótono que ya había explorado con mi vista millones de veces. Alguien debió haber estado escuchando los gritos desesperados dentro de mi mente, porque justo en el instante en el que estaba a punto de gritar por la frustración, sonó la campana de la puerta que indicaba que un nuevo cliente había entrado en el local. Ciertamente, no era lo mejor que podía pasarme en ese momento, pero al menos era algo distinto: movimiento, sonido, acciones entre tanta parálisis. Cuando alcé la vista, me di cuenta de que en verdad era algo distinto, muy distinto. Antes de que pudiera pensar en algo más, sentí como unos ojos verdes intensos me observaban. Esa mirada estaba clavada en la mía y parecía mostrarme un mundo completamente diferente al que yo conocía. Esos ojos no se apartaron de los míos por largos segundos, hasta que noté un pequeño parpadeo que me hizo volver a la realidad.
Después de ese momento, sentí que no sabía dónde estaba ni qué se suponía que hiciese. En lugar de improvisar, opté por actuar como un robot, moviendo mi cuerpo y hablando de una forma mecánica, haciendo lo que hago todos los días: escuchar pedidos y servirlos. El muchacho de los ojos verdes se aproximó al mostrador, y yo pude sentir cómo se aceleraba mi corazón.  No sé exactamente qué fue lo que hice, pero tomé su pedido, se lo entregué y recibí el dinero a cambio. Observé detenidamente cómo se sentaba en una mesa junto a la ventana y extraía un cuaderno de su bolso, para luego comenzar a escribir. Cerca de media hora después, el chico salió del bar, y yo recuperé mi capacidad de procesar ideas.
Nada sucedió esa semana aparte de ese encuentro mágico y momentáneo. Pensé que no me volvería a pasar algo así en un millón de años hasta que, la semana siguiente, el mismo día y a la misma hora del maravilloso suceso, él apareció nuevamente. Esta vez, estaba más alerta; no iba a dejar que se fuera sin averiguar al menos su nombre. Una vez más se acerco al mostrador y pidió lo mismo que la otra vez. Cuando el pedido estuvo listo, y estuve a punto de hablarle, él estiró el brazo para sujetar la bandeja, y sin intención o previo aviso, rozó mi mano en el intercambio. Todas las ideas elocuentes que se me habían ocurrido desaparecieron en un instante.
Una vez más fui al bar que está en la esquina. La situación era muy ridícula, pero me gustaba ir ahí solo para ver al chico lindo que atendía. Entraba, pedía todas las veces lo mismo y me sentaba en una mesa cerca de la ventana a escribir historias cuyos personajes principales se asemejaban mucho al joven detrás del mostrador. Ya era la tercera vez en el mes que iba a ir; si fuera por mí, hubiese ido todos los días, pero no quería parecer extraño o dar la impresión de que no tengo mucho que hacer. Una vez más, ordené lo mismo de siempre y me senté en la misma mesa.
Después de un rato, una vez que había terminado mi café y ya había mirado un millón de veces al chico que atendía, sentí el llamado de la naturaleza y me dirigí hacia el baño. En el trayecto, lancé una mirada fugaz hacia el mostrador y noté que él también me miró en ese mismo momento. Pretendí nunca haberlo mirado, por supuesto, y aceleré mi paso hacia la puerta del baño. Una vez adentro, me disponía a hacer... mis cosas, cuando noté que alguien más entró. Antes de que pudiera darme vuelta, percibí una mano en mi hombro que me volteó con fuerza y al instante, sentí que unos labios suaves me besaban intensamente. Luego de unos segundos, que bien podrían haber sido horas, esos labios se despegaron de los míos, y al abrir los ojos, pude ver el hermoso rostro del chico que atendía el bar. “Hace rato que quería hacer eso”, me dijo, para luego darse vuelta e irse rápidamente a atender a los otros clientes.




No comments: