Y llegó el invierno. La estación que más detesto. Es cuando ya el frío se hace insoportable, los números de la estufa ya no alcanzan y mi nariz está en constante ejercicio. Hoy es feriado. Ese día que podés aprovechar para hacer lo que tenés atrasado de la facultad, salir con algún amigo o visitar a tu familia. Tantos planes para hacer en un feriado. Sin embargo, me desperté y el único plan que paso por mi mente era quedarme en cama y no salir hasta que no fuera mañana. Ya era mediodía, como de costumbre, estaba en ese estado entre el sueño y el despertar, y así pasó una hora, dos horas. Eran las dos de la tarde, ya no podía hacerme la boluda. Mi mamá fue muy buena y no me despertó, pero yo sabía que su bondad no iba a durar mucho y lo que menos quería era escuchar en ese momento era su voz chillona que me diga: —«¡Ya es hora de levatarseeee!»— recalcando la última ‘e’ como si fuera a darme más animo, abriendo las persianas dejando entrar el sol brillante que mostraba que ya era de día y había que vivir la vida. Afortunadamente, esta vez no fue así, sino que resignada a que ya no tenía más sueño y que no iba a poder quedarme en la cama todo el día, me levanté. Busque mi buzo de egresados gastado, que es mi compañero en todos los inviernos, y caminé hasta la puerta en la leve oscuridad. Antes de abrir la puerta, miré el piso. Había un sobre. Por un momento pensé que era una nota de mi mamá que se iba a algún lado y me estaba avisando. No tuve tanta suerte. Levanté el sobre y leí que decía: «Sta. Victoria L M (mi nombre completo)». De no ser porque reconocí la letra forzada de mi mamá, me hubiese emocionado. Quizá alguien, no sé quien, me había escrito una carta. Pero es pequeña felicidad se fue al instante. Era imposible. Di vuelta el sobre para ver de quién era (como si no lo supiera) y vi que decía: «Sr. Ratón Pérez». En ese instante, me deprimí. Si hubiese tenido diez años menos hubiese sentido la alegría más grande, pero no. El hecho de que mi mamá me haya hecho una carta pretendiendo ser el Ratón Pérez, solo confirmaba lo que vengo pensado desde hace unos años. Soy todavía una nena y el mundo me trata como tal (especialmente mi madre, por supuesto). Si alguien se lo está preguntando, sí, ayer se me cayó un diente. Realmente no es mi culpa. Si los dientes tardan en nacer, ¿qué puedo hacer yo para acelerar ese proceso? Tampoco tenía ganas de arrancármelo, a pesar de que ya hacía tiempo que estaba flojo, pero me iba a doler si lo hacía. ¿Para qué iba a causarme dolor si el diente no me molestaba? En fin, ayer se me cayó y se lo di a mi mamá como si fuera el vuelto de lo que había comprado en el kiosco. Ella me felicitó. ¿Qué había hecho yo para que me felicitara? No sé. La cuestión es que mi mamá cumplió con la tradición. Va, su versión de la tradición. Nunca en mi vida me pusieron la plata de bajo de la almohada, era una misión imposible si querían mantener la magia del Ratón Pérez, debido a que yo me despierto con el mínimo ruido inusual que haya en mi cuarto. Por lo tanto, la plata siempre aparecía en una mesa o en cualquier otro lugar. En este caso, en un sobre debajo de mi puerta. Lo abrí y tenía veinte pesos adentro. Si, bastante para el ratoncito que por lo general deja dos o cinco pesos, pero supongo que uno de los «beneficios de ser grande». No me sentí beneficiada en lo absoluto, ese billete era otro de los tantos que mi mamá me da de vez cuando para mis gastos. Era otro recordatorio de que no tengo trabajo y que mi mamá me sigue pagando todo. Hasta los gastos del Ratón Pérez.
PD: ¡Feliz Cumple Dani! :)
1 comment:
Me gustó mucho tu relato, en serio. Es muy loco que se te haya caído un diente, y más loco que el Ratón Pérez te haya dejado plata. Gracias por todos los saludos ♥
Post a Comment