23 July 2011

Viaje

Estaba en una habitación llena de gente. Conversaciones se escuchaban por todos lados. Se veían sonrisas y miradas cómplices. Había ropa deslumbrante, luces brillantes y música que te hacía viajar a lugares felices, a pesar de que apenas se escuchaba. Estaba sentada en una silla, lejos de la muchedumbre donde hay tanta gente que la soledad se siente de forma constante. Estaba hablando con una persona que apenas conocía. Sin embargo, le contaba todo sobre mí y ella parecía comprenderme. Aunque habláramos de cosas diferentes, sabíamos que en el fondo, todo era lo mismo.
Estaba contenta de sentir que tenía un lugar en esa habitación, aunque esa fuera la última vez que estuviera allí. Recorría el lugar con la mirada e inspeccionaba cada individuo, tratando de adivinar que estaba sintiendo. Todas eran caras desconocidas y cada una cumplía un papel en ese sitio. Trataba de imaginarme cuál era ese papel, a pesar de que me daba miedo descubrirlo. Prefería las caras conocidas que de vez en cuando te sorprenden y te llenan de alegría con cada descubrimiento. Sabía que no iba a encontrar a ninguna aunque lo quisiera, por eso no supe qué hacer cuando vi a una de ellas.
De repente, el resto de las caras había desaparecido. Solo podía ver una sola. Esa cara que no solo conocía, sino que también, imagino todo el tiempo. Esa cara que pasa mucho tiempo en mi imaginación, como si verla en la realidad no fuera suficiente (nunca lo es). Por eso dudé cuando la vi, no sabía si en realidad la estaba viendo o no había podido controlar mis pensamientos.  La cara que tanto conocía venía acompañada de su cuerpo. Ambos representan algo más; me traen recuerdos de pequeños destellos de personalidad que atesora mi mente cada vez que los recuerda, que lo recuerda, porque ahora ya no era solo un rostro lo que estaba viendo, sino una persona entera.
El rostro y el cuerpo sólo sirven de conexión con los recuerdos y pierden importancia una vez que mi mente empieza a reproducir imágenes, sonidos y olores. Se forma una fiesta de sentidos que me llevan a imaginar mucho más, más de lo que en verdad conozco y que, probablemente, está lejos de la realidad. Tan lejos que, cuando vuelvo a ella, tengo que asegurarme de haber preservado un poco, para no sentir la angustia que se tiene después de un viaje tan sensacional.
Pronto me di cuenta que lo que estaba viendo era verdaderamente real, pero diferente. Esta persona parecía haber vuelto de un viaje similar al mío, solo que olvidó llevarse un poquito de realidad. Su viaje parecía haber sido increíble, porque ahora, se notaba que lo había perdido todo. Su rostro estaba lleno de lágrimas y su cuerpo, vencido. Algo se rompió en mi cuando lo vi y paralizó todos mis pensamientos.
 Estuve quieta durante un tiempo tratando de entender, pero sabía que eso podía tomar mucho tiempo o peor, podía no ocurrir nunca. Así que corrí hacia él, me senté a su lado y puse mi mano sobre su hombro. No sabía lo que estaba haciendo, solo quería que él supiera que yo estaba ahí. No sabía qué tenía o, más bien, que no tenía; no sabía qué era eso que había imaginado y había perdido en su viaje de vuelta. Lo único que podía percibir era que estaba solo, solo como yo, en una habitación llena de gente, y triste por algo que no podía tener.
Yo entendía todo eso, a pesar de que, en realidad, no entendía nada. Era probable que estuviese equivocada, pero yo sabía que estar ahí era lo mejor, y eso me hacía sentir bien entre tanta angustia. Lo miraba buscando alguna señal que me permitiera entender lo que pasaba por su mente, pero lo único que vi fue una cara de sorpresa y confusión. Él tampoco entendía nada. Estaba perdido al igual que yo y tampoco sabía qué hacer. Y así nos quedamos, perdidos en una habitación llena de personas que no se daban cuenta de su propia perdición. No nos mirábamos, a pesar de que sabíamos bien que estábamos cerca, cerca el uno del otro, y perdidos, sin saber qué hacer con nosotros mismos y menos con el otro.

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