Por
alguna razón que todavía desconozco, me encontraba en una habitación. Sus
paredes eran azuladas gracias al agua que se reflejaba y formaba pequeñas
ondas. Se escuchaba un leve sonido burbujeante que provenía de un tanque enorme
y cuadrado que formaba parte del centro de la habitación. Una tenue luz
provenía del tanque y dentro de este: agua, seres vivos, un ecosistema, otro
mundo... En mi mundo, sólo yo en una habitación con un tanque. Un acuario,
dirían algunos.
Dejé de contemplar un rato el otro mundo para
detenerme en el mío. Había una figura más allá del tanque. Era una figura
familiar a pesar de que no podía verle la cara, los detalles del cuerpo ni su
vestimenta. No conocía el interior de sus pensamientos ni sus meras opiniones
acerca de la vida, pero de algún modo me parecía que era yo. Alcé una mano para
saludarme, pero no respondí. ¿Qué me pasaba? ¿No tenía ganas de saludar? Quizás
estaba triste. Hice morisquetas y bailé un poco para levantarme el ánimo, pero
seguía igual.
Al
menos podría demostrar algo de interés o gratitud, y como seguía inmóvil,
empecé a preocuparme. Podría ser que tuviera algún problema o me hubiera pasado
algo serio. Tenía miedo de preguntarme, pero tomé valor y me dije: “¿Te pasa
algo?”. Esperé una respuesta y nada. La impaciencia me estaba ganando. Yo acá,
tratando de consolarme y nada. Me enojé y traté de conseguir una respuesta.
“¡Contestame!”, grité. Y ahí estaba yo, igual que siempre. Ni me movía. Me
desesperaba mi indiferencia. Tanto que hice algo impulsivo: agarré un martillo
cuyo rótulo decía “emergencia”. “¿Qué más apropiado para este momento?”, pensé.
Rompí
el vidrio y, por un momento, no me vi más. Tuve unos segundos de tranquilidad
al no ver a esa figura frente a mí con su indiferencia. Fui arrastrada hasta el
fondo del la habitación por la fuerza de una masa acuosa que se abalanzó contra
mí. Cuando abrí los ojos, me di cuenta de que estaba empapada, pero eso no
importaba. Había roto el otro mundo y había traído sus habitantes al mío que
ahora, luchaban por su vida. Decidí levantar la vista y enfrentarme, pero la
oscuridad era tan penetrante que ni siquiera podía ver el fin de la habitación.
Lo único que vi fue el vidrio roto, la ausencia del otro mundo y después de
eso, el abismo, la nada infinita. No había señal de la figura, pero por fin
estaba segura de quién era.
No comments:
Post a Comment