12 June 2012

Otro lugar

Veía la calle por donde pasaban varios autos, colectivos, y en la vereda, mucha gente. Veía edificios tocando el cielo, repletos de más personas. Veía concreto en todas las esquinas, escuchaba voces en cada una de ellas. Me agobiaba tanto que me alejé de ese lugar. Sabía que más allá había otra cosa, algo diferente. Comencé a caminar examinando el cambio en mi entorno. Ahora veía árboles y plantas entre casas viejas que parecían sumergirse en una siesta eterna. Varias hojas y flores decoraban el camino. Miré hacia abajo y vi las primeras señales del otoño que hacían ruido debajo de mis pies. Alcé la vista para ver el cielo y las nubes, pero los vi tapados por un conglomerado de hojas entrelazadas iluminadas por la luz del sol. Escuchaba su movimiento con la brisa que me acariciaba el rostro y me llenaba los pulmones de aire fresco.
Seguí caminando, ya casi llegando a mi destino, vi una familia que salía de su casa para disfrutar el frío otoñal que les avisa que hay que sacar los abrigos del armario y prender las estufas. En la tranquilidad del domingo, siguen mi recorrido que los lleva a ese lugar que tanto conocen pero del que no se pueden despegar. Caminan silenciosamente escuchando el ruido del algún pájaro en una copa de árbol cercana. Se pierden en la seguidilla de árboles que forman un pasaje para llegar al otro lugar. Y ahí estoy yo, siguiéndolos.
Sentí un fuerte viento que me erizó la piel, pero no me importó. Cerré los ojos y comencé a olvidar el lugar de donde venía. Ahora, podía escuchar otra clase de ruidos: el agua golpeando contra las rocas que alzan el pasillo hasta el final del puerto, los rieles de los pescadores que vienen a probar su suerte, conversaciones al pasar sobre cuál es la mejor técnica para atrapar algún ejemplar digno de ser fotografiado, el golpeteo de las alas de alguna paloma que se acerca para ver si puede picotear alguna carnada y el ruido lejano de un motor que impulsa una lancha o gran catamarán.
Abrí los ojos y vi una gran embarcación llamada Libertad, y muchas personas subiéndose a ella: parejas mayores, amigos de toda la vida, jóvenes con esperanza; todos olvidaban sus preocupaciones al pisar el suelo del barco. Todos de alguna forma sentían Libertad. La imagen que percibían mis ojos me daba la tranquilidad que el viento no me daba.  Dejé de observar a la gente para contemplar la larga extensión de agua que parecía llegar hasta el fin de la Tierra, que destellaba gracias al brillo del sol. Ahora también veía pequeños barcos que volvían de la profundidad del río, cada uno con su respectivo nombre que recuerda algún amor perdido o enseñanza familiar.
El olor del agua, de la madera mojada, peces alguna vez pescados y carne asándose en una parilla cercana completaban mi tarde de domingo en el puerto. De alguna forma, me sentía acompañada por las familias que almorzaban mirando la quietud del río, escuchando el viento que formaba pequeñas olas produciendo un sonido susurrante que hace que todo sea mejor. Me quedé un rato contemplando este maravilloso escenario, escribiendo descripciones que no alcanzan a explicar el efecto del río. Ese que calma agobio cotidiano y cambia, por un rato, nuestra manera de ver las cosas.


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